Project Description

 

¿ Lo normal, será eso lo anormal ? (detalle) 1999. Tela y cables de acero. 25 x 55 m.

Monique Bastiaans le ha dado la vuelta a la fachada del Centro Cultural de Almussafes.
La intervención, coronada bajo la frase ‘ lo normal… ¿será eso lo anormal? ‘ muestra las puertas y las ventanas de la fachada principal del edificio cubiertas por cortinas domésticas y típicas, provocando una rápida asociación de ideas: el exterior se convierte en su opuesto. El espacio de afuera se convierte, simbólicamente, en el interior de unos sucesos que, sin embargo, ocurren a los demás en el exterior. Esta idea viene reforzada por la presencia de una desordenada acumulación de huellas azules estampadas en el suelo, escalones y entrada del edificio, como si los devaneos y trasiegos del interior hubieran quedado marcados ya para siempre, en este nuevo espacio ahora público.

Álvaro de los Angeles, El Levante (Postdata) 2 – 7 – 1999

Lo público está lleno de nadie porque lo que caracteriza a la ciudad moderna es la garantía del anonimato de sus habitantes, algo que ayuda mucho a pasar desapercibido, pero que nos enfrenta con una soledad en lo común imposible de interrumpir en la retícula racionalista soporte de esta ciudad anónima en que se han convertido todas las nuestras, faltas de ese calor de lo próximo porque las rectas sobre las que se elevan son frías como el hielo y no dejan estar a nadie. Los edificios institucionales, al contrario de nuestras casa, llega la noche, se apagan y duermen con una latencia que parece muerto y fin de las cosas, y todo porque se cierra la luz sin que nadie se quede para ver la televisión, leer o cenar, sin discutir sin nada; así que darles vida es algo más complicado de lo que parece. Porque en los edificios institucionales, como en los espacios y lugares públicos, no vive nadie, sólo van por allí las gentes, de paso a sus casa. Los pasos de aquí para allá de la gente, por los lugares públicos, no se notan porque no queda huella sobre el asfalto de las calles ni las baldosas de las oficinas, que se limpian y lustran a diario; no dejan rastro porque lo de todos se vuelve tan impersonal como inhumano, sólo la vida da calor a las cosas, el hogar que hace de un sitio tu casa; así la pregunta se convierte en, nadie vive ahí, nada lo habita, tampoco en los edificios, por qué es lo público tan inhóspito.
Una de las características que siempre me ha llamado la atención de los lugares públicos es la prisa con que el poder los limpia para que no quede huella y el espacio se despersonalice y enfríe; tras cada fiesta popular mayoritaria surge una brigada de limpieza que devuelve lo festivo y lo humano al puro tránsito burocrático.
En esta intervención creo que se encuentra, en cierta manera, una reacción contra la ausencia de nuestras huellas y calor del territorio común, su acelerada higiene que no reporta más que un horizonte clínico de ausencia que empuja a pasar sin quedarse. Conseguir que el espacio público, o los edificios institucionales, dejan de ser lugares de paso para convertirse en salas de estar: aquí la clave, devolver la vida al lugar que la regula y legisla hasta casi impedirla.
Este interés podemos rastrearlo siguiendo las huellas que van quedando sobre los lugares de tránsito, la plaza, los lugares de acceso al edificio institucional y sus escaleras interiores, con esta representación de las señales de haber pasado se intenta demostrar la presencia humana sobre un lugar que no permite ni un ápice de ella. Con la inversión de los papeles encontramos otro intento de humanización, como cuando damos la vuelta a nuestro bolsillos y queremos demostrar la verdad de nuestras palabras, ahora se da la vuelta al edificio institucional y se somete a la vigilancia de unas gentes que sólo pasan a toda prisa; con los visillos en su sitio, las cortinas como toca y la luz exterior que entra por las ventanas hacia la calle, se transforma el lugar exterior (de múltiples interpretaciones y usos) en casa y hogar de quien es legítimo propietario de la institución, la misma gente que corre ante su fachada sin atreverse a quedar, a ver sí, ahora que tenemos la salita limpia y hay una mañana radiante que te invita a asomarte y curiosear, a vigilar al que te vigila y ponerlo en su sitio, a tu servicio; así, sometida la institución a la casa , tal vez podamos introducir el calor suficiente para que se alumbre la vida que falta, y nunca está, en los edificios institucionales ni en los lugares públicos; porque estamos tan a la vista, en ellos, que sólo queremos pasar corriendo y evitar las miradas de este orden que se aposta en cada plaza y a cada paso.
Esta inversión de papeles, que da la vuelta al edificio y lo pone hacia adentro, para que lo veamos bien desde nuestra casa, es el interés por desenfriar unos lugares y espacios que la burocracia ha vuelto inhóspitos.

Nilo Casares 1999